Agustín Gentile vive en Estados Unidos desde hace 18 años. Tiene hijos estadounidenses, una residencia legal y una causa penal cerrada por la justicia. Pero todo eso le sirvió de poco cuando el Servicio de Inmigración lo detuvo al pisar suelo norteamericano tras unas vacaciones. Ahora, está a un paso de ser deportado.
¿Lo más irónico? Su familia votó y militó para Donald Trump, el mismo presidente —ahora en su segundo mandato— que está aplicando con precisión quirúrgica las políticas que ellos mismos aplaudían.
“Nos sentimos traicionados”, dijo su madre. El problema, tal vez, es que pensaron que las políticas migratorias de “mano dura” eran solo para los otros: los “ilegales”, los “malos”, los que no tenían una historia como la de Agustín. Pero el sistema no distingue entre simpatizantes y opositores. Solo entre papeles en regla absoluta… y los demás.
En 2020, Gentile tuvo una condena por lesiones. Cumplió la pena, el caso se cerró en 2023, pero el archivo judicial no fue suficiente para el ICE, que ahora lo tiene retenido sin pasaporte, sin green card y con un pie en el avión rumbo a la Argentina.
Su padre, también votante republicano, aseguró sentirse “engañado”. Es curioso cómo cuando el monstruo que ayudaste a alimentar te muerde, de pronto descubrís que tiene dientes.
El caso se volvió viral no por su rareza, sino por su simbolismo. Porque pocas veces se ve con tanta claridad cómo una narrativa política puede volverse bumerán. En este caso, uno con pasaporte argentino y domicilio en Raleigh.