El paso de Guillermo Moreno por las últimas contiendas electorales confirma un diagnóstico que en el peronismo ya nadie discute: su figura no logra conectar ni con el presente ni con el futuro del movimiento. El exsecretario de Comercio Interior, símbolo del kirchnerismo más ortodoxo, volvió a cosechar resultados marginales y se consolida como un actor testimonial, más vinculado a la nostalgia que a la posibilidad de construir poder real.
En las elecciones presidenciales de 2023, su espacio “Principios y Valores” no alcanzó siquiera el 1% de los votos a nivel nacional, y en 2025, sus intentos por incidir en listas locales o distritales pasaron prácticamente desapercibidos. Los resultados son categóricos: sin estructura, sin alianzas y con un discurso que remite a una Argentina que ya no existe, Moreno parece encarnar el final de una etapa sin haber iniciado nunca una nueva.
“Guillermo vive atrapado en una épica que no tiene correlato con la realidad”, resume un dirigente del PJ porteño. “Se autopercibe como guardián de las 20 verdades peronistas, pero no tiene territorio ni votos. No hay construcción posible desde el dogma si no se traduce en organización”.
Moreno ha intentado posicionarse como “el peronismo peronista”, en contraposición tanto al kirchnerismo post-Cristina como al peronismo dialoguista que hoy comandan gobernadores y referentes del Congreso. Sin embargo, su estilo confrontativo, su lenguaje anacrónico y la falta de renovación generacional lo mantuvieron siempre fuera de las discusiones centrales.
Durante la última campaña, sus apariciones televisivas volvieron a viralizarse, no por sus propuestas económicas, sino por frases altisonantes, gestos provocadores y su retórica de décadas pasadas. Su intento de presentarse como el último garante de la ortodoxia peronista terminó alejándolo incluso de sectores tradicionalistas que hoy priorizan pragmatismo electoral.
En el escenario actual, donde el peronismo busca reorganizarse tras la salida del poder y frente al avance de nuevas derechas, la figura de Moreno se diluye como una postal del pasado. Con cada elección que pasa, se hace más evidente que su legado político será más recordado por sus intervenciones mediáticas que por su capacidad de influir en los destinos del país o del partido.
Mientras algunos sectores insisten en reivindicarlo como un símbolo de resistencia, la mayoría del peronismo lo observa como una figura folclórica, que ya no disputa espacios reales ni propone un camino de renovación. Guillermo Moreno, finalmente, parece haber quedado atrapado en un tiempo político que ya no existe.