Mientras los delitos se disparan y la inseguridad se convierte en la mayor preocupación de los vecinos, el intendente de General Pueyrredon, Guillermo Montenegro, parece haber elegido un escenario muy distinto al de las calles de Mar del Plata: el de las redes sociales.
Según datos oficiales del Centro Municipal de Análisis Estratégico del Delito (CeMAED), los crímenes en la ciudad aumentaron un 50% en 2024 en comparación con el año anterior, y la tendencia sigue en alza en 2025. En paralelo, una encuesta del Observatorio de la Universidad FASTA reveló que el 89% de los marplatenses considera a la inseguridad como su principal preocupación, por encima de cualquier otro problema.
Sin embargo, mientras las estadísticas encienden todas las alarmas, la respuesta del jefe comunal ha sido, cuando menos, desconcertante: campañas de “orden” en Instagram, recorridas filmadas y una sobreexposición en redes que pareciera estar más orientada a construir imagen nacional que a resolver la crisis local.
Desde Punta Mogotes hasta el microcentro, pasando por barrios como Libertad o Las Américas, los testimonios se repiten con crudeza: robos en plena luz del día, entraderas, motochorros y enfrentamientos entre bandas. En lo que va del año ya se registraron 11 homicidios, más del doble que en el mismo período de 2024, y el 30% de las víctimas eran personas en situación de calle, muchas veces invisibilizadas por la gestión municipal.
El caso más resonante fue el de un carnicero que fue asaltado por motochorros que le sustrajeron más de 10 millones de pesos en efectivo, en plena zona comercial. Días antes, se había viralizado otro video: el de un grupo de ladrones usando un vehículo para embestir el portón de un garaje en la zona sur, en una nueva modalidad delictiva que las autoridades aún no logran contener.
Frente a este escenario, la reacción del intendente Montenegro parece una puesta en escena: mensajes en X y clips editados con frases como “Mar del Plata no es tierra de nadie”, mientras la evidencia sugiere lo contrario.
Lejos de asumir la gravedad de la crisis, Montenegro ha optado por un discurso punitivista cuidadosamente empaquetado para las redes sociales, que expone con crudeza la desconexión entre el relato institucional y la vida real de los marplatenses. En lugar de abordar la inseguridad con políticas públicas integrales —prevención del delito, inversión social, urbanismo seguro—, la respuesta ha sido la sobreexposición de operativos “impactantes”, destinados más al algoritmo que a una solución efectiva.
En paralelo, y sin posibilidad de reelección en el municipio, el intendente parece enfocado en fortalecer su proyección dentro del oficialismo nacional. Según el radio pasillo del propio gobierno de Mar del Plata, ya hay quienes lo imaginan ocupando un cargo de mayor peso en el Ejecutivo, e incluso su nombre ha comenzado a circular como eventual reemplazo de Patricia Bullrich al frente del Ministerio de Seguridad. Por ahora, solo rumores, pero alimentados por el endurecimiento discursivo y la creciente centralidad de Montenegro en temas vinculados al orden público.
En este clima de tensión, muchos vecinos denuncian que la estrategia comunicacional del intendente solo profundiza la desconfianza. “No queremos ver más videos editados con música de fondo: queremos que dejen de robarnos todos los días”, escribió una usuaria de la zona del puerto en un grupo barrial de Facebook, tras un nuevo asalto a mano armada.
La percepción es clara: mientras el gobierno local invierte tiempo y recursos en curar su imagen digital, la ciudadanía enfrenta una realidad cada vez más hostil y desprotegida.
Mar del Plata atraviesa una crisis de inseguridad sin precedentes. La estadística lo demuestra, la calle lo confirma y las redes sociales lo amplifican. Pero la respuesta del intendente Guillermo Montenegro no ha sido política, ni estructural, ni comunitaria. Ha sido, hasta ahora, simplemente estética.
Y todo indica que no está pensando en resolver los problemas de Mar del Plata, sino en escalar a los despachos del poder central. Incluso si para eso tiene que capitalizar el miedo.
Y en una ciudad donde ya no se puede salir tranquilo a la calle, la estética y la ambición no alcanzan.